Enclavado en la calma de la Sierra de Albarracín, Monterde es un refugio de paz donde la naturaleza y la historia convergen en un abrazo eterno. Este rincón pintoresco es hogar del sabinar más grande de Europa, un Edén natural donde las sabinas milenarias danzan en armonía con los caminos que serpentean por sus tierras.
El pueblo se acurruca junto a la rambla de Monterde, un cañón fluvial esculpido por las aguas del afluente del río Guadalaviar. La morfología ameandrada de esta rambla crea un paisaje que esculpe la imaginación, con calizas jurásicas que forman una paramera continua, interrumpida solo por los barrancos y las dolinas que salpican la tierra.
La Iglesia de la Asunción, testigo del devenir del tiempo, cuenta la historia de Monterde. Su cabecera, construida en 1565, es un testimonio del compromiso de la comunidad. Aunque las obras continuaron hasta 1618, el resultado es una joya arquitectónica: una nave cubierta con bóveda de crucería estrellada, capillas entre los contrafuertes y una cabecera poligonal. La portada clasicista se refugia en un atrio, mientras la sólida torre cuadrada, rematada con un cuerpo octogonal, se yergue como guardiana del tiempo.
El Ayuntamiento, con su lonja en la planta inferior, habla de la vida cotidiana en Monterde. La Ermita de San Roque, posiblemente del siglo XVI, guarda secretos bajo su techo de madera, mientras que la Ermita del Carmen, del siglo XVIII, despliega la elegancia rococó en su bóveda de medio cañón con lunetos.
Monterde de Albarracín no solo es un destino, es una experiencia de conexión con la naturaleza y la esencia de tiempos pasados que se despliegan como páginas de un libro en sus calles silenciosas.